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EN SU HUIDA AL ARTICO
aprendido a soportar el carárctes
cambiante de los humanos. Ya nadie
parecia parecia verlo como una criatura
monstruosa, la moda de las cirujias plasticas
le habia allanado el camino. Si bien
seguía siendo alto, fuerte e iracundo,
él ya esta libre de las burla apesa de no ser
muy guapo. Cuando pudo establecerse en una
ciudad americana, decidio aprender la sabidu-
ria de los hombres y tras mucho esfuerzo pudo
ingresar a la universidad a estudiar literatu-
ra. Sin embargo, un día cayó en sus manos un
relato donde se le hacia un homenaje a Dracula.
Apenas lo terminó de leer empezó a gritar:
-!Me las pagará aquel hombre¡
Lo encontró atravéz de un detective. Al con-
tactar por ultima vez, le dijo:
-Vive en la ciudad de Cholula y ésta es la
dirección.
Le entregó unos papeles. Una noche de mar-
zo tocó el timbre de una casa de zaguan rojo.
Apareció frente a él un joven de estatura me-
dia, párpados mongólicos, bastante cachetón
y ligeramente pasado de peso. Le dijo con una
voz rasposa:
-Tú eres Vicente soriano.
-Si... y ¿usted? -dijo el muchacho.
-Soy Frankenstein -respondió el extraño
visitante- y le exijo que me escriba un cuento
homenaje.
-¿Sabe qué, amigo? -repondio Vicente
Soriano- No creo que sea usted quien dice,
asi que mejor ¡lárguese de mi casa!, si no quiere
que llame a la policia.
El desconocido no aguantó la enfrenta y se
marchó. El joven escritor entró a su recamara
y marcó el numero telefónico de Pilar Guevara,
una vecina por la que sentia cierta afinidad y le
quiso contar lo que apenas le habia sucedido.
Entre dime y diretes, el joven escuchó a travéz
del auricular el momento en que alguien rom
pió un ventanal, escuchó una suerte de gritos
desesperados hasta que desaparecieron y luego
una voz amenazante que le respondió:
-Ahora-si-me-crees...! -y le colgó.
El joven no tuvo tiempo para decirle que pa-
decía una seca literaria y que no tenia una pro-
metida, sino tres amigas y que no sabia a cuál
de ella elegir como su pareja. Cuando apareció
Frankestein de nuevo en su casa, el joven escri-
tor le dijo que si mataba a alguna de las dos que
quedaban con gusto le escribiría el cuento.
EN SU HUIDA AL ARTICO
aprendido a soportar el carárctes
cambiante de los humanos. Ya nadie
parecia parecia verlo como una criatura
monstruosa, la moda de las cirujias plasticas
le habia allanado el camino. Si bien
seguía siendo alto, fuerte e iracundo,
él ya esta libre de las burla apesa de no ser
muy guapo. Cuando pudo establecerse en una
ciudad americana, decidio aprender la sabidu-
ria de los hombres y tras mucho esfuerzo pudo
ingresar a la universidad a estudiar literatu-
ra. Sin embargo, un día cayó en sus manos un
relato donde se le hacia un homenaje a Dracula.
Apenas lo terminó de leer empezó a gritar:
-!Me las pagará aquel hombre¡
Lo encontró atravéz de un detective. Al con-
tactar por ultima vez, le dijo:
-Vive en la ciudad de Cholula y ésta es la
dirección.
Le entregó unos papeles. Una noche de mar-
zo tocó el timbre de una casa de zaguan rojo.
Apareció frente a él un joven de estatura me-
dia, párpados mongólicos, bastante cachetón
y ligeramente pasado de peso. Le dijo con una
voz rasposa:
-Tú eres Vicente soriano.
-Si... y ¿usted? -dijo el muchacho.
-Soy Frankenstein -respondió el extraño
visitante- y le exijo que me escriba un cuento
homenaje.
-¿Sabe qué, amigo? -repondio Vicente
Soriano- No creo que sea usted quien dice,
asi que mejor ¡lárguese de mi casa!, si no quiere
que llame a la policia.
El desconocido no aguantó la enfrenta y se
marchó. El joven escritor entró a su recamara
y marcó el numero telefónico de Pilar Guevara,
una vecina por la que sentia cierta afinidad y le
quiso contar lo que apenas le habia sucedido.
Entre dime y diretes, el joven escuchó a travéz
del auricular el momento en que alguien rom
pió un ventanal, escuchó una suerte de gritos
desesperados hasta que desaparecieron y luego
una voz amenazante que le respondió:
-Ahora-si-me-crees...! -y le colgó.
El joven no tuvo tiempo para decirle que pa-
decía una seca literaria y que no tenia una pro-
metida, sino tres amigas y que no sabia a cuál
de ella elegir como su pareja. Cuando apareció
Frankestein de nuevo en su casa, el joven escri-
tor le dijo que si mataba a alguna de las dos que
quedaban con gusto le escribiría el cuento.